Descubrimos BAENA, CIUDAD DEL OLIVAR Y EL ACEITE, una consideración que afirma la historiadora Mª Carmen Jiménez Gordillo, «no es una frase hecha ni un reclamo turístico, significa la unión de una ciudadanía en torno a un producto de calidad que puede enarbolar con orgullo su denominación de Origen.”
Para los que no centréis Baena en el mapa, queda situada en el centro de Andalucía perteneciente a la mancomunidad del Guadajoz y Campiña Este. Está a unos 62 km de Córdoba y cuenta con una población que sobrepasa actualmente los 21.000 habitantes.
Puedo aseguraros que la vida en este pueblo en verano desaparece hasta que deja de azuzar el Lorenzo, y es que aquí el sol pega con rabia tostando todo lo que encuentra a sus paso, inclusive las aceitunas, por lo que es recomendable madrugar.
TORREPAREDONES: Un tesoro por descubrir
Una vez en Baena, la visita imprescindible es Torreparedones. Escaparate de la cultura baenera, puede presumir de tener en sus tierras uno de los tesoros más grandes que cualquier pueblo quisiera tener, el descubrimiento de sus antepasados.
A tan sólo unos pocos kilómetros se han hallado restos arqueológicos, algunos de ellos con más de 3.500 años de antigüedad que atestiguan que hubo un asentamiento humano en este lugar al menos desde el II milenio a. C hasta el s. XVI.
Gracias a las excavaciones que se llevaron a cabo hace unos años, se descubrió todo un asentamiento – posiblemente la Ituci Virtus Lulia citada por Plinio-, con su puerta de acceso a la ciudad, su foro, el castillo medieval, un santuario, e incluso un mercado romano, (uno de los escasos ejemplos de este tipo de edificios que se conocen en la Península Ibérica).
La mayoría de las piezas encontradas en Torreparedones se pueden ver en el Museo Histórico y Arqueológico Municipal, un edificio construido en el s. XVIII como almacén de grano y semillas y como bodega de aceite, hoy rehabilitado. Conserva piezas tan impresionantes como los exvotos encontrados cerca del santuario de Torreparedones. Se trata de esculturas esculpidas en piedra que representan mujeres embarazadas implorando “un parto sin problemas”, el busto acéfalo tallado en mármol de un emperador romano, o estatuas zoomórficas, entre otras piezas.
Otra visita imprescindibles es el Museo del Olivar y el Aceite, donde de manera gráfica y audiovisual te explican desde la elaboración del aceite, los diferentes tipos de aceite que puedes encontrar, las épocas de recolecta, hasta los múltiples usos del mismo.
De hecho dentro de la sala principal se encuentra una almazara restaurada y en funcionamiento, en la que poder ver “in situ” el proceso y las fases de elaboración del aceite. “Se trata de un entorno educativo donde los visitantes puedan tener una experiencia, a través de sus cinco sentidos, que les permita acercarse y profundizar en esta trama milenaria de cultura, combinando el intercambio de conocimientos, con el desarrollo de actividades y la proposición de prácticas saludables”.
LOS COLIBLANCOS Y COLINEGROS
Sin lugar a dudas, la Semana Santa en Baena es la fiesta más importante y tiene mucha fama por la singularidad de sus cofradías – que aún mantienen ancestrales tradiciones- entre ellas, la indumentaria.
Se llaman Coliblancos y Colinegros, según el color de la cola de caballo que luzcan y puedes ver como oscila de un lado a otro al seguir el ritmo y compás de los tambores por las calles de Baena. Gracias a estas tradiciones se han creado talleres que realizan artesanalmente y con extraordinaria calidad, el traje y el casco de judío, así como los tambores.
Otras fechas en las que merece la pena acercarse hasta esta ciudad son el 18 y 19 de marzo con la víspera y la procesión de San José, en mayo con la Exaltación de la cruz, y el segundo domingo del mes de junio con la Romería de la Virgen Blanca de la Alegría. El 16 de julio con las fiestas de La Virgen del Carmen, las calles de la Almedina se alfombran con serrín pintado de colores y se engalanan con macetas, flores y mantones de Manila, un espectáculo imperdible.
¿Quieres conocer algún dicho popular?
Los ojos de mi morena, ni son chicos ni son grandes, son como aceitunas negras de olivaritos gordales.
El querer que te tuve fue aceitunero. Se acabo la aceituna y ya no te quiero.